El Día de los Humanos
Posted on abril, 22 2021
Una columna de opinión de Mary Lou Higgins, directora de WWF Colombia, a propósito de el Día de la Tierra.
Una columna de opinión de Mary Lou Higgins, directora de WWF Colombia, a propósito de el Día de la Tierra. Originalmente publicada en El Espectador
El 22 de abril de 1970 más de 20 millones de personas salieron a las calles de las principales ciudades de EEUU para unirse al primer Día Internacional de la Tierra. Yo era una pelada de colegio y todavía recuerdo que les pedí permiso a los profesores para poder asistir al evento en Filadelfia, Pensilvania. Pude estar ahí, en un momento de gran esperanza por el poder de la movilización ciudadana. Esta efeméride convocó a diversos actores, desde líderes políticos y activistas, hasta sindicatos y artistas, todos unidos en un llamado en contra de la contaminación del aire y agua, y para motivar la acción en comunidades a lo largo y ancho del país. Fue un momento que evidenció la falta de protección ambiental y el impacto desigual de la contaminación en las poblaciones más vulnerables.
Ahora, 51 años después, llevamos muchos años de lucha, con avances significativos. El primer Día de la Tierra desencadenó importantes leyes y movimientos ambientales en todo el mundo. Se lograron éxitos en negociaciones internacionales como el Protocolo de Montreal (1987) para la protección de la capa de ozono, la Cumbre de la Tierra (1992), y el Acuerdo de París (2015) para incrementar la ambición en la acción climática. En cada país contamos con una legislación ambiental, como la de EEUU en los 70′s para el aire y el agua limpios, y la protección de especies en peligro. Desde 1991, en Colombia, por ejemplo, contamos con un marco constitucional que reconoce el derecho de cada ciudadano a un ambiente sano y que fue el fundamento para la Ley 99 de 1993 que crea nuestro Sistema Nacional Ambiental.
Las condiciones de vida también han mejorado para muchos, pero con enormes costos y contradicciones. Paradójicamente desde 1970, nuestro modelo económico, basado en el consumo desbordado y la sobreexplotación de recursos para una población creciente, ha generado una transformación y destrucción de la naturaleza sin precedentes. Nuestros sistemas de producción y consumo de alimentos y energía nos están llevando al límite: estamos perdiendo biodiversidad a ritmos alarmantes, generando toneladas de residuos plásticos, y transformando ecosistemas estratégicos. Todo esto en un complejo escenario de emergencia climática por el aumento de la temperatura global debido a las emisiones de gases de efecto invernadero, con fenómenos devastadores más recurrentes como los incendios, huracanes, inundaciones y sequías.
Siguen vigentes altos niveles de inequidad e injusticia. Habitamos un mundo en el que una de cada tres personas no tiene acceso a agua potable, en el que cerca de 8 millones de personas mueren cada año por la exposición al aire contaminado por la quema de combustibles fósiles como carbón y petróleo, pero con políticas y mecanismos financieros que promueven y respaldan las actividades que generan esa contaminación. Un mundo, en el que alrededor de 820 millones de personas pasan hambre, mientras que 1.900 millones tienen sobrepeso o son obesos, y en que se tira a la basura un tercio de los alimentos que se producen. Y que ahora enfrenta una de las peores crisis por cuenta de la pandemia por el Covid-19, un virus que ha demostrado, además, que la biodiversidad, el cambio climático y la salud, están interrelacionados.
Nunca antes habíamos enfrentado tantos riesgos para nuestro bienestar como especie y nunca antes había sido más urgente actuar para recomponer nuestra relación con el mundo natural que nos sostiene. Igualmente, no habíamos tenido tanta capacidad, tantos gritos de los jóvenes, y tanta conciencia sobre la necesidad de cambiar el rumbo y generar un plan de choque para salvar la vida del planeta. Tenemos que comenzar por cambiar este modelo de desarrollo que representa un costo enorme para la naturaleza y la salud de todas las personas. Estamos a tiempo de cuestionar y transformar los sistemas financieros, económicos y de poder, que han perpetuado modelos que benefician a unos pocos, y que generan externalidades socio-ambientales de altos riesgos y costos.
Este 2021, además de ser el año en el que muchos países están avanzando en la recuperación económica -que debe ser verde, justa y resiliente- será clave para el cumplimiento del Compromiso de Líderes por la Naturaleza (Leaders Pledge), un compromiso asumido por 80 países para revertir la pérdida de biodiversidad al 2030. Los líderes mundiales tienen el deber de tomar decisiones y lograr un plan global y ambicioso sobre la acción climática, el desarrollo sostenible, y un futuro positivo para la naturaleza en la próxima década.
Este es un año para enfocarnos en la restauración de los ecosistemas de la Tierra y dedicarnos a la acción en la próxima década. Este Día de la Tierra necesitamos una movilización mucho más contundente alzando la voz por cambios culturales y estructurales que nos permitan valorar la naturaleza y construir un mundo verdaderamente sostenible en el largo plazo, mucho más humano y más incluyente, en el que el centro sea el bienestar de todos los seres vivos. Es la oportunidad para romper estos esquemas y estructuras que nos mantienen atados a una falsa idea de progreso y que nos está costando la naturaleza. Está en juego, nada más y nada menos, que el futuro del planeta que nos sostiene a los casi ocho mil millones de personas que lo habitamos. Celebrar el Día de la Tierra es celebrar la capacidad humana de reconocer los errores, y empezar nuevos caminos hacia un mundo con justicia para la naturaleza y las personas.