Supervivientes
Posted on febrero, 12 2021
A comienzos de 1990 vi por primera vez una guacharaca silvestre y esa fue para mí una ocasión memorable. Después de todo, no era una adición cualquiera a mi lista personal de pajarero.
Por: Luis Germán Naranjo A comienzos de 1990 vi por primera vez una guacharaca silvestre y esa fue para mí una ocasión memorable. Después de todo, no era una adición cualquiera a mi lista personal de pajarero. Se trataba de una especie endémica (Ortalis columbiana) encontrada en un área suburbana en plena expansión al sur de Cali, el sitio menos propicio para un hallazgo de esta naturaleza.
El registro parece risible hoy en día, cuando verdaderas hordas de guacharacas aturden los amaneceres de tantos vecindarios en esta ciudad. Pero hace tres décadas esas aves eran de verdad escasas después de haber sido intensamente perseguidas durante mucho tiempo.
La proliferación reciente de esta especie no tiene otra explicación que una disminución drástica de las causas de su mortalidad. Y como las poblaciones de sus depredadores naturales han sido reducidas desde mucho tiempo atrás, solo cabe suponer que el fenómeno se haya producido a partir del momento en el que los humanos dejamos de acosarlas.
La razón de esa persecución no era precisamente lo que se conoce como caza deportiva. En realidad, se trataba de caza de subsistencia pues la "carne de monte" ha sido un elemento frecuente en la dieta de muchos hogares campesinos, incluso en la periferia inmediata de centros urbanos.
Además de las guacharacas, otras aves como las chorolas (Crypturellus soui) y las cuncunas (Geotrygon montana) y mamíferos como los guatines (Dasyprocta fuliginosa), los conejos (Sylvilagus floridanus), los gurres (Dasypus novemcinctus) y las zarigüeyas (Didelphis marsupialis ), también han formado parte del menú campesino de los valles interandinos.
El que casi todos estos animales también sean más comunes hoy en día de lo que fueron hasta finales del siglo pasado, apoyando la hipótesis de una disminución reciente de la presión de cacería. Lo que no resulta tan claro es porqué pudo haber sucedido tal cosa. Teniendo en cuenta el lapso en el cual empezaron a incrementar las poblaciones de esas especies, pueden barajarse distintas explicaciones.En primer lugar, ese período corresponde al recrudecimiento del conflicto armado en el país y, por lo tanto, al incremento de los riesgos potenciales que representaba la actividad cinegética para sus practicantes.
Sin embargo, resulta más plausible suponer que el crecimiento de la población urbana durante esos años, a expensas de la población rural, sea la verdadera razón por la cual disminuyó la cacería de subsistencia en la periferia de las ciudades. Aunque el éxodo campesino hacia las ciudades guarda una estrecha relación con las dinámicas de la violencia en Colombia, también forma parte de una tendencia global cuyos impactos sobre la fauna silvestre están por evaluarse.
Por último, cabe esperar que de alguna manera el lento proceso de concienciación pública acerca de la importancia de conservar la fauna silvestre haya puesto al menos una pequeña cuota en la reducción de la cacería campesina de subsistencia. Al fin y al cabo, durante los últimos treinta años se han multiplicado las voces que claman a favor del respeto por la biodiversidad.
Sea como fuere, el crecimiento demográfico de aves y mamíferos de mediano tamaño significa el mejoramiento de la funcionalidad de los ecosistemas. Pues, aunque la mayoría de estos supervivientes son de hábitos generalistas y por lo tanto medran en ambientes muy perturbados, su presencia continuada ayuda a reconstruir el trama de procesos ecológicos fundamentales.
Guacharacas, chorolas y cuncunas, se alimentan de una amplia variedad de frutos pequeños de muchas plantas nativas de los rastrojos propios de las laderas que circundan los valles interandinos. Al dispersar sus semillas, aplicar con la dinámica de la sucesión vegetal.
Por su parte, los guatines buscan raíces, tubérculos y frutos con semillas grandes, las cuales entierran en distintos sitios para consumirlas en otro momento. Sin embargo, muchas de ellas quedan olvidadas y germinan, por lo que estos animales terminan actuando como reforestadores naturales.
Los gurres son voraces consumidores de lombrices y larvas de cucarrones y al remover el suelo en procura de su alimento necesario a su oxigenación. Es probable que los conejos jueguen un papel similar al excavar sus madrigueras y las omnívoras zarigüeyas controlan plagas, dispersan semillas y son una presa importante para los depredadores que poco a poco comienzan a repoblar los ecosistemas periurbanos.
Así pues, el escándalo matutino de las guacharacas es una señal de esperanza en medio del sombrío panorama ambiental contemporáneo. El heraldo de lo que pudiera ser el renacimiento de los ecosistemas que circundan muchas ciudades de los Andes colombianos, si aceptamos algunos compartir espacios con estos supervivientes.