Posted on junio, 28 2016
*Columna publicada originalmente en elespectador.com
Me llené de emoción el pasado 23 de junio al ver la firma del acuerdo sobre el cese al fuego bilateral entre el Gobierno y las Farc.
No pude evitar recordar que justo hace 23 años llegué a Colombia y me encontré con un país cuyo conflicto parecía no tener fin. Los que trabajamos en conservación, recorrimos un país hermoso lleno de gente maravillosa, pero también abandonado por la violencia, temeroso, minado, plagado de diferentes actores armados. A lo largo de los años nos enfrentamos a retos y dificultades para poder andar en las zonas de conflicto y fuimos testigos de la vulnerabilidad de las comunidades locales. Muchos amigos y colegas que trabajaban por preservar la naturaleza fueron víctimas de la guerra. Nunca ha sido fácil ponerse las botas y trabajar pensando en los grupos armados que dominaban los territorios, pero la gente y grandes aliados nos brindaron la confianza para asumir los retos y desafíos.
También nos tocó ver cómo la guerra golpeó el medio ambiente y la gente de Colombia, los ríos contaminados por las voladuras de oleoductos, los bosques talados para abrirle campo a los cultivos de coca, los suelos degradados por las fumigaciones, las dificultades del Estado para luchar contra el tráfico de especies, contra la minería ilegal, el desplazamiento de las comunidades. La naturaleza, y sus defensores, sufrieron en estos 50 años de conflicto. Hubo momentos en los que pensamos que la paz era imposible, pero el desenlace positivo de las negociaciones revivió nuestras esperanzas. Todos soñamos con construir una nueva Colombia, con una paz duradera. Sin embargo, la única forma de hacerlo es si logramos un desarrollo verdaderamente sostenible.
Es esencial resolver los numerosos desafíos y conflictos que padece Colombia frente a los recursos naturales para encausarse hacia un escenario de posconflicto. Según el Atlas Global de Justicia Ambiental, Colombia es el segundo país con más conflictos ambientales en el mundo. Más del 90% de los municipios con prioridad en el posacuerdo albergan áreas protegidas o reservas forestales. Nunca ha sido tan urgente reconciliar los intereses en los territorios y asegurar un ordenamiento participativo que fomente el uso sostenible de los recursos naturales. Es necesario aplicar criterios climáticos, identificar dinámicas hídricas, tener en cuenta los servicios que nos prestan los ecosistemas antes de destinar zonas para actividades extractivas, grandes proyectos de infraestructura o para la ampliación de la frontera agrícola.
La buena noticia es que Colombia tiene cómo entrar en una senda verde, de posconflicto, de crecimiento sostenible y conservación de las riquezas naturales. La Constitución de 1991 tiene fuertes bases ecológicas, que garantizan los derechos fundamentales de las comunidades y de la naturaleza. Colombia también fue protagonista en la formulación de la Agenda 2030, que muestra un camino claro con los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) para planear los próximos 15 años con criterios donde lo ambiental, lo social y lo económico logren un equilibrio verdadero. Por otra parte, el Plan Nacional de Desarrollo tiene un componente transversal de crecimiento verde. Además, el Gobierno de Juan Manuel Santos, en el marco de los Acuerdos de París sobre cambio climático, se comprometió a luchar de frente contra la deforestación, a disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero y a llevar a cabo diez acciones ambiciosas de adaptación.
La Corte Constitucional ha reiterado esta línea verde en sus últimas sentencias, que han marcado un hito en el desarrollo sostenible del país al suspender la minería en los páramos, validar la participación ciudadana para definir la viabilidad de actividades mineras en los municipios y tumbar las zonas de reserva minera estratégicas en 19 departamentos por no respetar el proceso de consulta previa. En estos pronunciamientos quedó claro que la protección de las riquezas naturales es de vital importancia.
Pero todo este camino recorrido, con sus logros y tropiezos, toma una nueva dimensión con la paz. El fin de la guerra es nuestra oportunidad para ajustar tuercas y volvernos más equitativos, más responsables, más incluyentes. Es el momento para construir y conocer el país, oír la voz de todos los que estaban aislados por el conflicto. Es la clave para que reivindiquemos el desarrollo que queremos, para apostarle a nuestra verdadera ventaja comparativa: la enorme biodiversidad que tenemos.
Me pongo a recordar a los amigos y colegas que trabajaron en la conservación de la naturaleza y que ya no están para celebrar este hecho. Aquellos que fueron víctimas de esta guerra, que lucharon por los lugares más diversos cultural y biológicamente. Por ellos, por nosotros, por nuestros hijos y futuras generaciones, por nuestra biodiversidad, hay que aportar a la creación de una mejor Colombia.